Un beso en la sábana, atrás de la almohada. Caramelos encima de las manos, rodando. Verdes, azules, lilas, su nombre, verdes, azules, lilas y de nuevo su nombre. Tickets electrónicos entre las páginas del libro de la Historia. Aeroparque ocho treinta, seis de abril A.M. Antes de los pies desnudando azulejos, el frío de la ventana abierta que trae los once pisos de a uno, sus metros y el horizonte como una esponja mordiéndome los ojos. Un beso en la boca riendo mientras el día que llega trae amantes a la memoria, el pelo agitado en el almohadón chino y las raíces de tus labios tejiendo pieles salvajes en mis pies. Los vuelos, el vuelo, vuelo contra la niebla electrónica en el canal de la TV, y yo que abro los sobres de la plata para desparramar el calor en la playa como una frazada, la luz, luces, las luces. Cuando vuelva de mi ciudad nueva, con las flores llenas de manos y un río negro pegado en la espalda, ahí sí, abiertos los dedos de la mano que toma como un libro lleno de polvo, como un regalo de luces, la boca en la madrugada, un rayo, cuando vuelva, sí, cuando vuelva si, cuando vuelva, sí. El cuerpo en el espejo no se siente ni en el olfato de los caballos en la noche. El cuerpo en el campo no se ve ni en la vista de los caballos en la noche. El cuerpo en el espejo, no. Perlas rojas, aguachentas y pegajosas en la punta de los dedos, rodando como caramelos. Una hora para el check in y los aviones, lejos, se aprestan a salir. Los aviones que le pasan por encima tirándose en ruinas contra las luces. El faro en la palma de la mano, en una brasa quemando los tres minutos en que se termina la noche. Mi mafia que queda en la cama, como la humedad, un sueño, el fuselaje de un avión estrellado.
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