Saturday, May 31, 2008

África

Un francés mezcló vino con quinina hace más de cien años, le sumo otras hierbas, cáscaras de naranja (lo que sobraba, sí) para que los legionarios franceses que colonizaban el norte de Africa evitaran la malaria. Quizás también el paludismo. Ahora, escribo esto bebiendo el Dubonnet, esta creación, con hielos Rolito. Con la sed de la noche que empieza. Estoy solo. Y la palma de una mano me palpa la frente. Hace frio. Y porque no tengo nada que escribir, bebo. Y porque la malaria hace cosquillas en la planta de los pies, bebo. Y porque no voy a ir a combatir a África, bebo. Y porque puedo gritar ‘guerra’ en francés, bebo. Y porque tengo Rolito en el freezer, bebo. Y porque la noche me espera, bebo. Y porque la aria mala quizás esté en el fondo de la madrugada, bebo. Y porque Joseph Dubonnet creó, bebo.

Thursday, May 29, 2008

Mapa

Un mapa, atrás de un retrato viejo y familiar, en el altillo de una casa que los padres, que, ya inútiles, no pueden sostener. La primera (¿o última?) luz del brillo de un tesoro, en un papel viejo, escondido en la basura familiar, al alcance de los chicos que quieren salvar su mundo. Un sistema de señales cifradas, en la espalda de la historia familiar, el tesoro de hacerse grandes. Un mapa, un tesoro, el viaje.

El mapa de la Francia conquistada, con el estandarte quebrando la tierra. La Galia. Mi Galia, resistiendo. Los capítulos que más me gustaban eran los que viajaban. Cleopatra, Bretaña. Helvecia. Los viajes en barco. Las cosas pasaban afuera del pueblo. Defender ese pedazo, resistir, siempre era el primer y último paso de un viaje.

Pegado a la pared de mi departamento de Coghlan había un mapa. Estambul. Cuando lo usé en esa ciudad, lo doblaba hasta que tuviera, la parte que estaba siguiendo, el tamaño del de cada página de la guía T. aunque en ese momento no conocía esta guía. Estambul en Coghlan era una piedra preciosa, la puerta del deseo, el amor como un pedazo de tierra partido al medio, pero con muchos puentes. Una linterna a dínamo. Un sol a energía solar. Un reloj a cuerda.

Volví a Estambul ocho años después. Y conseguí un nuevo mapa. Lo doblé de una manera similar, buscando recordar. Se rompió a las pocas horas. Un compañero de viaje compró otro. Tenía unas tapas duras que no me dejaban plegarlo. Busqué otros mapas, por toda la ciudad. Nunca encontré el que quería. Nunca encontré el que buscaba.

Conocí Paris con tiempo y un mapa chico y de tapas rojas. Un librito que parecía viejo. En verdad no viejo, anticuado. La conocí de a pedazos. Por páginas. Aprendí que los mapan no sirven tanto para encontrar como para perderte. No hay ninguna cuadrícula en una ciudad cruzada por un río, cortada en diagonales y que creció subiendo a un Monte. Las calles te hacen derivar todo el tiempo. Divagar. Y el mapa es la forma de encontrarte. De ver exactamente el lugar en que estas perdido.

La guía T perdió sentido tres meses que caminaba de Caballito a Palermo. En las casi dos horas que hacía cada viernes de la Facultad a la barra de mi trabajo, calles y avenidas, pasajes y plazas, parques y pasos a nivel. Descubrí Almagro y Villa Crespo. No eran todavía barrios. Eran un paso de un lugar a otro. Eran tres o cuatro páginas de la guía. En ese momento me compre un mapa y lo pegué en la pared de la cocina. Buenos Aires entera. Mi primo le dibujó unas tortugas abajo, simulando la visión de la tierra cuando esta tenía un fin real. El lugar en que ya no había más nada. El más allá de la General Paz. El fin del mundo, el límite de la historia y la imaginación. Algo que era a la vez, un pasado y el futuro. El lugar en el que había vivido casi todos los años hasta ese momento.

Monday, May 26, 2008

7

Uno – que sea la última vez. Y que la primera no sea la última

Dos – ya ni te sabes eso que me dijiste, eso que eras. ¿Donde es que te olvidas las cosas? Tus palabras…

Tres – quiero que salgamos a caminar. Hace frío. Pero podemos andar juntos y taparnos uno al otro. O podemos ir parando en los bares, los zaguanes y los besos

Cuatro – ¿te acordás del vestido que tenía cuando te conocí?

Cinco – no se si te voy a querer siempre como hoy. A veces no sé.

Seis – ya es la hora

Siete – te quiero, mucho. Tanto que a veces me asusto. Y a veces no puedo saber más

Thursday, May 22, 2008

S

El le dijo que después le mandaba un mensaje para decirle a qué hora pasaba. Ella dijo ok. Después, mandó otro mensaje con la dirección. Y firmó ‘besos’. El plural a el le gusto. Cuando se estaba cambiando, el la S final lo puso nervioso. Dudó entre dos camisas y se puso a planchar una de ellas sobre la cama. Mientras se calentaba la plancha, volvió a leer los mails. Puso en el gmail el nombre de ella, y aparecieron tres mails. El primero tenía un año. Los últimos dos eran de hace un mes. Borró uno por uno todos los mensajes y dejó dos. Los dos eran de ella. Planchó la camisa y pensó qué tenía ganas de beber. Jameson. No. Vat 69. Tampoco. Martini rosso. Fue a la heladera y no había soda. Sacó del freezer la botella de vodka Smirnoff Black y sirvió un shot. Aroma a nada. Lo bebió de un sorbo. Se sirvió otro. Puso a cargar el teléfono y volvió a ver los mensajes. Aunque no había ninguno nuevo. Con el shot de vodka en la mano, se sentó en el suelo de la cocina para ver el mapa de Buenos Aires de la pared. Devoto realmente estaba lejos. Flores también. En ese momento se dio cuenta que estaba oscuro. El viento arrastraba hojas secas en el patio, y solo sentía el ruido. Prendió la luz de la cocina, tomó tres galletas marineras y se fue al patio. En una revista de cine, vieja, comprada en Corrientes a tres pesos, vio la foto de Brando. Marlon con las manos grandes, gordas buscaba algo entre los cocos. Entre los cocos y todo el ron que se habían bebido en ellos. Ella con los ojos cerrados, parece acariciar lo que él busca. Hay fotos. Fotos sobre ellos, enmarcándolos. Fotos viejas, en blanco y negro. Con la plancha con la luz roja encendida, planchó la camisa blanca. Buscó la corbata negra. Afuera hacía frío. La de Marlon parecía una última salida. Las cosas encontradas y perdidas arriba de la mesa. Las manos buscando, sin intención. Los cuerpos abandonados, sin peso, livianos como lo cocos vacíos. Un final posible. La S volvió a su memoria. El cuerpo se le volvió a tensar, y la luz que prendió el vecino le dejó ver el patio, las hojas. El viento. El teléfono vibró. Mensaje nuevo.

Tuesday, May 20, 2008

lo que tengo enfrente

Una foto con un pedazo de sandia. Caracoles en un frasco de vidrio con agua de mar. Un robot de plástico a cuerda. Paraguas chinos de papel. Una copa. Una bola negra. Barco de madera con las velas hinchadas. Dos fichas comodín. Cuatro Madroshkas. Un sobre negro de terciopelo con unos poemas viejos. Una taza de café con sal. Un reloj de un barco de Alemania Democrática. Un encendedor que no anda. Uno que sí. Una linterna amarilla. Un carro con diapositivas en las que estoy yo. Guantes de conducir, negros. Pastiglie aromatiche digestive Leone. Un amuleto turco con un amuleto griego enredado. Un boleto del Metro de Río de Janeiro. Un trompo de Estambul. Un espejo de dama, con un hombre alemán en el reverso. Una piedra del suelo de la vereda de Copacabana. De las piedras blancas. Lápices negros. El manual de anfitriones y guía de golosos. El talonario de facturas. Hilo verde. Una vela. Un vaso con monedas de países que no son el mío. El salero y el pimentero, fantasmas, abrazados. Una varita mágica. Una foto pintada de Rita. Una mía, montado en un animal extraño con ruedas. Marilyn pintada en un espejo. El whiskey que quizás le gustaba.

la coma

Te escribió soledad, no?

Te escribió, soledad, no?