Thursday, December 25, 2008

nuit et matin



S corrió todo de la mesa. En verdad fue moviendo todo, digamos de A a B, C y D. Había muchas cosas, un mazo de cartas, dados (rojos, cuatro, uno está perdido, la última vez lo tenía T, y jugaba a lanzarlo para volver a agarrarlo, al tercer intento, cerrando los ojos), unas fotocopias que hablaban de Australia, un frasco de pastillas de menta y un mapa de Berlin, plegado. En A, S puso los dados, sacándolos del cubilete, y ordenándolos, uno al lado del otro (rojo, sangre, papa Noel, fue su serie de pensamientos), sobre la cama deshecha. Aunque no había dormido, todavía quedaba una huella en uno de los lados. Como si hubiera dormido yo, pero sin la víbora enroscada ni el aleteo que me inyecta el sueño, pensó S. y mientras pensaba, sentía como si ya estuviera escribiendo esto en un mail, esos mails que enviaba a I de madrugada. I los encontraba a la tarde, cuando encendía a solas la computadora en su casa, pero nunca contestaba el mismo día que leía los mensajes de S. Se dormía enroscada en las palabras y armaba un texto, siempre mínimo, a veces cómplice, cortando y pegando palabras. La almohada, liviana, usada, parecía tener todavía un brazo que la rodeaba como a un niño. L había dormido toda la noche boca abajo, mientras S escribía mails, chequeaba el pronóstico del tiempo para Enero y buscaba escenas de películas en youtube. La miraba, volvía a escribir, tomaba agua con hielo, volvía a escribir, miraba por la ventana, buscaba la vida de los vecinos en la sombra de la pared, volvía a escribir, y en un momento decidió que había que pensar el juego sobre la mesa. Entre la cama y la mesa de paño verde, prefirió dejar dormir a L. ‘Elijo el verde’, pensó, sin poder evitar darse cuenta que era una frase berreta, ya rota y sin corazón. ‘Sin corazón’, otra frase helada. Estas disertaciones le hacían perder el tiempo, L no iba a dormir mucho más. Y quizás se fuera ni bien se despertara. A su casa, a su pueblo, a otro país. Ya estaba por salir el sol, pero no eran ni las dos de la mañana cuando S la llevó en sus brazos desde la silla del patio hasta la cama. Al verla por primera vez, él la había imaginado liviana, frágil. Al darle un beso, y hacer pasar un brazo, alrededor de su cintura, apoyando la palma de la mano donde empezaba la espalda, descubrió a su cuerpo firme, tenso y dócil. Pero al levantarla, solo al tomarla y tenerla apoyada entera en sus antebrazos, dormida después de escuchar historias de barcos y beber media botella de Kahlua, L encontró su peso. La llevó hasta la cama y al acostarla, el colchón se hundió, se estiraron los resortes y crujió la madera. Su cuerpo seguía siendo el mismo, delgado, ondulado, largo y de apariencia frágil, pero ahora también era macizo, espeso. Solo al acercarse, taparla con la sábana celeste, el aroma a azahares, lilas y limón de su cuello la volvió a hacer flotar. No tenía sueño, aunque lo intentó, sentándose a su lado a leer el diario de Morgan. Volvió a la computadora. Volvió como si huyera, pensó, como si lo estuviera escribiendo. Y escribirlo lo ayudó a pensar. No había de qué escapar. Ni qué escribir. Cerró la computadora, se acostó en la cama (arena tibia, atardecer, peixe frito, limón, caracoles en la mano, fueron sus pensamientos), dándole la espalda. Por un segundo sintió que se hundía, y el segundo se transformó en un abismo. L estiró un brazo, que tocó su espalda, y fue doblando por el cuello hasta abrazarlo, muy cerca del cuello. La mano quedó a centímetros de su pecho, flotando. S se sintió extraño. Se rió, sin hacer ruido, cerró los ojos y en pocos minutos se quedó dormido.

Sunday, December 14, 2008

la nuit



No fue el Old fashioned ni la pintura rubia. Ni el armazón de palabras. Las mías, las que repetías, las que yo no sabía que te había prestado, las que hicieron de la mesa un paño verde, un paisaje, una burbuja. Tu boca, que supo ser roja, masticaba el aire. Lo paladeaba como si estuviera confitado. Como si fueras vos que lo hacía dulce, gomoso, frutal. Como si te apropiarás de las cosas a tu antojo, como si les pudieras dar forma. Vos que tenés dios, y aún más importante, una hermosa manera de sacarte la remera con una sola mano, estas muy cerca, y muy sola, cuando cerrás los ojos. Por eso fui yo que los cerré, por eso fui yo que creí. Nadie aprende nada, pensé. Nadie aprende, nada, escribí. Nadie, nada.