Monday, February 25, 2008

criminal

La purpurina cayendo en el café de manha, criminal, la maquina que hace decir ‘dios’ haciendo tic tac en el estómago, criminal, el perdón tentando con una cama al final del rencor, criminal, la boca salpicada de rouge carmín, criminal, los ojos huyendo del desdén en un partido en la TV, criminal, la primera página del trópico de cáncer, criminal, nadar bajo el río con los ojos abiertos, criminal, besar bajo la risa con las manos abiertas, criminal, el aroma a nafta y meo en las calles ruines de Río, criminal, el día en que deje volver, criminal, mis plumas temblando con el viento de un amor, criminal, los rayos todos en mi panza, criminal, mi armazón oxidándose con cerveza helada, criminal, el trueno en el freezer de un mail, criminal, la boa que desnuda al niño, criminal, una fantasía hecha para otros, criminal, otros dedicados a tu fantasía, criminal, los restos de la noche en el olor de una remera negra, criminal, la huella de mi mano en tu espalda, criminal, el río eléctrico que ilumina los ojos, criminal, el odio chino que muele mi amor como una piedra, criminal, la purpurina en la punta de la lengua a punto de decir sí, criminal, lo negro pintado en mis ojos, criminal, lo negro inyectado en mis ojos, criminal, lo negro creciendo en mis ojos, criminal, los colectivos extraños torneando con luces hormigón, criminal, la punta de la mesa comiendo rabas con manos de seda, criminal, mi memoria en el lente de la cámara, criminal, un cabaret náufrago en mi mar, criminal, un deseo brillando sobre la mesa, criminal, una remera, negra y criminal.

Thursday, February 21, 2008

una ventana al carnaval

Cuando era chico yo ya sabía que el carnaval que mostraba la televisión no existía. Lo que no sabía era qué era lo que sí existía.

Desde que tengo memoria, hubo una televisión cerca. En mi casa, en la de mi abuela y en la de mis amigos del colegio. En algunas casas, la tenían frente a la mesa en que se comía. En la mía no. Cuando me fui de mi casa, el primer cambio fue que no había televisión. Si no hablabas, se escuchaba el silencio. El único antecedente de esta experiencia, eran los veraneos, en que las casas no tenían ningún aparato, o alguno muy viejo en que se veían, mal, un par de canales de Mar del Plata.

Cuando era chico, mis padres, me llevaron un par de veces al corso de la calle Avellaneda en Virreyes. Era en Febrero. Esta calle es un boulevard en que en las macetas que dividen ambos carriles, el pasto solía estar quemado, seco y salpicado por basura. Con el paso del corso, sobre el pasto y la basura, caía espuma, serpentinas y papel picado. La espuma se derretía, y se hacían unos charcos de barro. A mi me gustaba saltarlos. Una vez fui con mi abuelo, que tampoco se reía en los carnavales.

En otra casa en la que viví, di vuelta una televisión rota, y le puse un cartel con una frase de Boris Vian: J'avais la télé, mais ça m'ennuyait / Je l'ai r'tournée... d'l'aut' côté c'est passionnant. A mi última casa familiar, volví para rescatar dos cajas con fotos y diapositivas, ropa y unas butacas de un cine viejo de tigre. Si te sentabas, se veía el cartel con las palabras de Vian. La canción se llamaba “Je suis snob”. Creo que era lo mejor que podía ser en esos días. Cuando estaba solo, me tiraba en la cama de uno de mis compañeros de casa, y hacía zapping hasta la madrugada en su 29”.

Cuando me mudé solo, decidí no tener televisión. Escuchaba radio, más que nada A.M. La F.M., tenía como una urgencia por la alegría que me molestaba. La A.M., cuando era mala, era por estar como acalambrada por el fastidio. Cuando era buena, era porque hablaban de temas intrascendentes, como si fueran importantes. Esto solía suceder después de la medianoche. En un año fui a ver unas 50 películas al cine. La mayoría solo y a las funciones diurnas. Entre ellas Madame Satá.

Madame Satá fue mi primera ventana hacía un carnaval que todavía no existía. Madame Satá era el personaje de Joao Francisco dos Santos. Para mí, la ropa que él usaba era un disfraz, después supe que en Brasil lo llamaban fantasía. Media hora después de descubrir esto, empezaba a enroscarme en una serpiente de tul naranja. Cuando terminó la película, yo lloré. Cuando terminé de ponerme mi fantasía, salí a la calle y estuve bailando desde Santa Teresa a Copacabana y de ahí a Lapa. Lapa era el barrio de Madame Satá.

Cuando llegué a Río de Janeiro, sin saberlo, el primer lugar que pisé, después de la estación de buses, fue Lapa. Era de día y no había nadie. La segunda vez que fui, la gente compraba latas de cerveza en la calle, comía salchichas y parecía no querer entrar a ningún lado. Entré a un bar en que tres músicos tocaban choro y vi una mujer que me encantó. No quiso hablar conmigo. Sentado bajo una ventana desde la que se veía la calle apenas iluminada, bebía cerveza como si ese volumen líquido fuera la arena de mi reloj. Di vuelta varias veces el reloj. A la mañana siguiente, desperté en una habitación llena de fantasías.

Fui al sambódromo, el día del desfile de los campeones. A las tres de la mañana me subí al taxi con dos amigos, bajamos en la puerta, compramos unas entradas ya usadas, entramos y encontramos un lugar en la tribuna más popular. Entre nosotros y el desfile, había otra tribuna que supe, era más cara. Una señora morena, sola, estuvo bailando las tres horas que estuve. Todo el tiempo se reía. Desde la tribuna, ese carnaval desfilando, se veía bastante parecido al que yo veía por la televisión cuando era chico. Pero el carnaval sí existía en esa risa.

De vuelta en casa, la televisión repetía las imágenes del desfile de las escolas campeonas. Beija flor fue la ganadora. Supe que beija flor es la forma de nombrar al colibrí. Desde la ventana, se veían, aún encendidas, las luces del sambódromo. Esa noche dormí en una hamaca paraguaya. Recién al otro día vi la foto. De un lado, la televisión, con el eco de la fiesta. Eco y comentarios. Del otro, las luces iluminando una pista vacía. Y el carnaval, perdido en la ciudad, esquivando las luces y la TV.

Wednesday, February 20, 2008

Cuatro casas y el amor

Una superficie de 140 metros, llena de basura, hollín, palets de pino, una estrella plateada del tamaño de una mesa y azulejos blancos. Una casa ruin, un pozo en mi cuerpo, un acantilado de mármol y hormigón, una carpa en el medio, con almohadones y grititos de seda transparente.

Un colchón en el piso, con una sábana de hormigón roja, desplegándose en mi cabeza. Palabras, palabras, palabras. Como una enredadera regada con agua salada. Sin sueño. Con ramas esdrújulas. Sin verde. Con algunas oraciones en francés. Sin mi dolor aún planchado con las camisas. Con mi risa salpicando a una chica que me hizo feliz un mes.

En la cocina, había una heladera blanca como la espuma de afeitar, y adentro, un queso feta blanco como la espuma de alta mar. Yo corté un pedazo ancho como una rebanada de pan lactal, y le volqué aceite de oliva. Comí con las manos. Esa noche, sentado en un taburete de madera, escuché las estaciones de Astor. Cuando me fui a dormir, empezó a terminar el verano. Cuando me fui a dormir, amaba.

Las puertas de los placards pintadas mirando a Grecia. Grecia en el mail, pidiendo volver. Y el camino en el mapa, iluminado por correos de madrugada, con besos en la firma y PD donde sí brillaba algún deseo. El send y reply terminó trayendo el recuerdo exacto. Fue algo que pasó a la mañana. Fue algo que no iba a hacer. Fue en la forma, distinta, de hacer la cama. Fue en el tiempo entre un beso y otro. Fue con las ventanas del cuarto abiertas. Fue en una casa que tenía las puertas azules. Fue, en verdad, en la distancia. Creí que lo iba a recordar. Creí que era para siempre. Después me dormí. Y volvió seis casas después.

En Lapa, la gente baila y mea en la calle. Cuando llegué, creí que ambas costumbres, eran una forma conjunta de la libertad. O que eran otro nombre para la libertad. Los desagües pluviales, dejan charcos en las calles y es difícil saber si lo que uno pisa es agua. Y en esa duda, pensé, también había algo de la libertad. La gente, fantaseada, bebía cerveza de latas heladas. Entrando desde los arcos, la calle se tuerce mientras se ilumina con cada bar abierto. En el fondo, junto al último bar, había una escalera tapizada de azulejos cortados a golpes, de todos colores y orígenes, un patrullero con dos policías con chaleco antibalas y el Hotel Love’s House. Uno puede subir la escalera, alejándose de la policía e internándose en el morro hacia Santa Teresa, atravesar el umbral, bajo el cartel de Love’s House, o quedarse bailando en la calle. Cuando me fui, creí que en esas posibilidades, había algo de la libertad.

Monday, February 18, 2008

el diablo

El diablo está en la máquina que estampa flores en las telas chinas, en las favelas donde se cría la samba al sol de lamparitas de 45 wats, en los vestidos blancos de algodón, en la TV que comenta un tiroteo nocturno, en las fantasías, en la frontera entre dos países limítrofes. A veces se mira y se refleja en el esmalte carmín, en el iris de los ojos cuando se cierran después de medianoche. El diablo se moja en el asfalto meado, se viste de fiesta mirándose a un espejo de pie, come con las manos, guarda los restos en el freezer, baila abriendo los brazos. Y cerrando los ojos.

El diablo es una peluca roja en Río de Janeiro. Una promesa que se hace a bordo de un avión, de ida, en un viaje sin vuelta confirmada. El diablo duerme boca arriba. Nada con los ojos abiertos. El diablo está en el rocío del campo, cuando el primer sol brilla. En el aire que levanta el mar cuando va a llover. En las madrugadas de la A.M. cuando no puedo dormir. El diablo vive más que una mariposa, pero no vuela, aunque tenga alas. El diablo es la máquina que estampa flores en las telas chinas. El diablo huele a jazmines, azares, canela y clavo. El diablo es uno de los tres deseos del cumpleaños. El diablo a veces existe. Y cuando existe, es una fantasía de carnaval.