Wednesday, February 20, 2008

Cuatro casas y el amor

Una superficie de 140 metros, llena de basura, hollín, palets de pino, una estrella plateada del tamaño de una mesa y azulejos blancos. Una casa ruin, un pozo en mi cuerpo, un acantilado de mármol y hormigón, una carpa en el medio, con almohadones y grititos de seda transparente.

Un colchón en el piso, con una sábana de hormigón roja, desplegándose en mi cabeza. Palabras, palabras, palabras. Como una enredadera regada con agua salada. Sin sueño. Con ramas esdrújulas. Sin verde. Con algunas oraciones en francés. Sin mi dolor aún planchado con las camisas. Con mi risa salpicando a una chica que me hizo feliz un mes.

En la cocina, había una heladera blanca como la espuma de afeitar, y adentro, un queso feta blanco como la espuma de alta mar. Yo corté un pedazo ancho como una rebanada de pan lactal, y le volqué aceite de oliva. Comí con las manos. Esa noche, sentado en un taburete de madera, escuché las estaciones de Astor. Cuando me fui a dormir, empezó a terminar el verano. Cuando me fui a dormir, amaba.

Las puertas de los placards pintadas mirando a Grecia. Grecia en el mail, pidiendo volver. Y el camino en el mapa, iluminado por correos de madrugada, con besos en la firma y PD donde sí brillaba algún deseo. El send y reply terminó trayendo el recuerdo exacto. Fue algo que pasó a la mañana. Fue algo que no iba a hacer. Fue en la forma, distinta, de hacer la cama. Fue en el tiempo entre un beso y otro. Fue con las ventanas del cuarto abiertas. Fue en una casa que tenía las puertas azules. Fue, en verdad, en la distancia. Creí que lo iba a recordar. Creí que era para siempre. Después me dormí. Y volvió seis casas después.

En Lapa, la gente baila y mea en la calle. Cuando llegué, creí que ambas costumbres, eran una forma conjunta de la libertad. O que eran otro nombre para la libertad. Los desagües pluviales, dejan charcos en las calles y es difícil saber si lo que uno pisa es agua. Y en esa duda, pensé, también había algo de la libertad. La gente, fantaseada, bebía cerveza de latas heladas. Entrando desde los arcos, la calle se tuerce mientras se ilumina con cada bar abierto. En el fondo, junto al último bar, había una escalera tapizada de azulejos cortados a golpes, de todos colores y orígenes, un patrullero con dos policías con chaleco antibalas y el Hotel Love’s House. Uno puede subir la escalera, alejándose de la policía e internándose en el morro hacia Santa Teresa, atravesar el umbral, bajo el cartel de Love’s House, o quedarse bailando en la calle. Cuando me fui, creí que en esas posibilidades, había algo de la libertad.

No comments: