Monday, September 17, 2012

Los desmagnetizados I

No como si estuvieramos perdidos o hubieramos olvidado, no como si no existira forma de atracción. Tampoco rotos en la articulación imperfecta que nos unía, no como si fueramos imposibles, no exactos y precisos en la distancia, no separados por los gestos que intentamos. No en una marea que nos revuelca y esparce, tampoco en la espuma de los días, menos aún blindados en la noche. No transcriptos en el relato de los que nunca nos amaron, tampoco en el reverso del cariño de los que se fueron. No como si solo hubiera sido un error en algún momento, tampoco como si hubiera sido una fuga, una escalada, un raid a ciegas en el laberinto. No como si no fuera posible el encuentro, no como si nunca nos hubieramos encontrado. Fue, esta vez, como si nos hubiéramos desmagnetizado.

Monday, August 20, 2012

Julepe de Cynar

Hay que tener sed. Un deseo preciso e inocultable. Al menos ese es el ideal, lo que hay que descubrir alguna vez. No unas ganas amasijadas por recomendaciones, mandatos y deseos ajenos, una propia, íntima . Recién con ese saber hay que pensar en los ingredientes. Busque menta. No cualquiera, no la que el verdulero saca de una bolsa de nylon oscura ni la que llega embolsada en plastico. Una que aún tenga raices y tierra. Si alguna vez usted pasó la mano por una planta de menta aún viva sabrá que el perfume se desprende con solo una caricia. Para reconocer el mejor vaso tiene usted sus manos, la forma de agarrar, su tamaño, el volumen de la sed ya precisado. El cristal o el vidrio deberá elegirlo pensando en sus labios más que en su boca. En un beso más que en un mordisco. Qué azúcar usar? La blanca refinada en molinos industriales? Los restos de las cañas y su historia acabada en manos de una multinacional? La moneda de cambio del comercio esclavo de los mares coloniales? La que creció para esconder el temblor de la revolución y sus huestes románticas? La que sobrevive, la rústica y sin refinar que queda como un resto de su historia. La que parece arena y cristal, no polvo. Lave dos o tres ramas de menta para quitarle la tierra y llevelas al fondo del vaso. Hágalo como si estuviera escondiendo algo, como si hundiera la raiz de una planta en la tierra húmeda para intentar hacerla crecer. Tire sobre ella dos cucharadas de azúcar. Que caigan como una lluvia para que se sienta el ruido del cristal sobre las hojas. Hay quienes agregan unas gotas de limon, incluso hasta el jugo de una mitad que cortan con un cuchillo, siempre con el limón en una mano. Elija los limones de un árbol de más de 7 años, edad en que ya está maduro y el jugo de sus frutos tiene el vigor y la acidez necesaria. Hay pocas cosas en el mundo con el sabor del limón recién exprimido, es una sensación que muele cualquier resabio artificial que hayamos llevado a nuestra boca. Pruebelo a la mañana, a la noche, luego de haber tenido en la boca cualquier producto de esos que venden en paquetes en las gondolas de los supermercados y que prometen gusto a limón. Beba y olvide, beba y recuerde. Con una cuchara o un mortero de madera presione la menta. Como una caricia. Recordando que con solo pasar la mano por la fronda el perfume queda en la piel. Solo queremos ese perfume. La acidez del limón, la fragancia de la menta y el azúcar oscura. Un amasijo delicado. Dejelo unos segundos para que tome aire, que llene el vaso, que imante las narices. Mientras todo esto pasa muela el hielo colocándolo dentro de una bolsa de tela y golpeándolo con una masa de madera. Los viejos cantineros de Luisiana o Kentucky lo hacían para domar su whisky con el frío, cuando aún el hielo bajaba del norte en barco, arrancado con sierras y a mano de su polo natural. El frio calma, hace dócil el fuego del alcohol y expande los perfumes de las espirituosas. Llene las manos de esa escarcha blanca y cristalina. Llene el vaso con todo ese frio, hasta que caiga por encima del borde, hasta que se empiece a hacer agua en la mesa. Recién después tome la botella de Cynar de la heladera y deje caer sobre el hielo un chorro durante 10 segundos. Tal vez 11. O 12. No más. Todos saben de qué está hecho el Cynar porque no lo oculta. O no al menos la forma, el color y tipo de flores que usa en su formula. Pétalos duros y un corazón tierno. Amargor y espina. Cardo y tierra. En esa forma prehistórica de coraza está también blindado su recorrido histórico, desde el norte de Africa a Europa, de Europa a Estados Unidos y por los mares al mundo. Como las flores, los alcauciles salen a la calle solo en su temporada, aunque estas crezcan todo el año. Afrodisíaco en la fé de los griegos y romanos heredamos de esos tiempos su forma de comerlo, no de beberlo. Para un niño es una de las formas de ver el rastro de sus dientes en la parte blanda de un pétalo, también de probar el amargor de una planta, la acidez de una vinagreta y el dulzor de la miel que lo equilibra. Así al menos me pasó a mí niño. Es, de alguna manera, una experiencia sobre el equilibrio y la fragilidad. Los pomelos son parte de la misma experiencia amarga. Del contraste. Su jugo debe completer el vaso e inundar la amargura del Cynar hasta quebrarla. Ahí está el secreto, las fuerzas que se encuentran, los sabores plegados, recortados y atados en un juego de roces. No hay mucho más que hacer. Revuelva con una cuchara para que todo sea parte. Golpee con la palma de las manos un penacho de menta hasta que se le abran los poros y hundalo en el líquido oscuro. Abra la mano, tome el vaso, vuelva a su sed, elija el origen, imagine el destino y beba.