Thursday, December 25, 2008

nuit et matin



S corrió todo de la mesa. En verdad fue moviendo todo, digamos de A a B, C y D. Había muchas cosas, un mazo de cartas, dados (rojos, cuatro, uno está perdido, la última vez lo tenía T, y jugaba a lanzarlo para volver a agarrarlo, al tercer intento, cerrando los ojos), unas fotocopias que hablaban de Australia, un frasco de pastillas de menta y un mapa de Berlin, plegado. En A, S puso los dados, sacándolos del cubilete, y ordenándolos, uno al lado del otro (rojo, sangre, papa Noel, fue su serie de pensamientos), sobre la cama deshecha. Aunque no había dormido, todavía quedaba una huella en uno de los lados. Como si hubiera dormido yo, pero sin la víbora enroscada ni el aleteo que me inyecta el sueño, pensó S. y mientras pensaba, sentía como si ya estuviera escribiendo esto en un mail, esos mails que enviaba a I de madrugada. I los encontraba a la tarde, cuando encendía a solas la computadora en su casa, pero nunca contestaba el mismo día que leía los mensajes de S. Se dormía enroscada en las palabras y armaba un texto, siempre mínimo, a veces cómplice, cortando y pegando palabras. La almohada, liviana, usada, parecía tener todavía un brazo que la rodeaba como a un niño. L había dormido toda la noche boca abajo, mientras S escribía mails, chequeaba el pronóstico del tiempo para Enero y buscaba escenas de películas en youtube. La miraba, volvía a escribir, tomaba agua con hielo, volvía a escribir, miraba por la ventana, buscaba la vida de los vecinos en la sombra de la pared, volvía a escribir, y en un momento decidió que había que pensar el juego sobre la mesa. Entre la cama y la mesa de paño verde, prefirió dejar dormir a L. ‘Elijo el verde’, pensó, sin poder evitar darse cuenta que era una frase berreta, ya rota y sin corazón. ‘Sin corazón’, otra frase helada. Estas disertaciones le hacían perder el tiempo, L no iba a dormir mucho más. Y quizás se fuera ni bien se despertara. A su casa, a su pueblo, a otro país. Ya estaba por salir el sol, pero no eran ni las dos de la mañana cuando S la llevó en sus brazos desde la silla del patio hasta la cama. Al verla por primera vez, él la había imaginado liviana, frágil. Al darle un beso, y hacer pasar un brazo, alrededor de su cintura, apoyando la palma de la mano donde empezaba la espalda, descubrió a su cuerpo firme, tenso y dócil. Pero al levantarla, solo al tomarla y tenerla apoyada entera en sus antebrazos, dormida después de escuchar historias de barcos y beber media botella de Kahlua, L encontró su peso. La llevó hasta la cama y al acostarla, el colchón se hundió, se estiraron los resortes y crujió la madera. Su cuerpo seguía siendo el mismo, delgado, ondulado, largo y de apariencia frágil, pero ahora también era macizo, espeso. Solo al acercarse, taparla con la sábana celeste, el aroma a azahares, lilas y limón de su cuello la volvió a hacer flotar. No tenía sueño, aunque lo intentó, sentándose a su lado a leer el diario de Morgan. Volvió a la computadora. Volvió como si huyera, pensó, como si lo estuviera escribiendo. Y escribirlo lo ayudó a pensar. No había de qué escapar. Ni qué escribir. Cerró la computadora, se acostó en la cama (arena tibia, atardecer, peixe frito, limón, caracoles en la mano, fueron sus pensamientos), dándole la espalda. Por un segundo sintió que se hundía, y el segundo se transformó en un abismo. L estiró un brazo, que tocó su espalda, y fue doblando por el cuello hasta abrazarlo, muy cerca del cuello. La mano quedó a centímetros de su pecho, flotando. S se sintió extraño. Se rió, sin hacer ruido, cerró los ojos y en pocos minutos se quedó dormido.

Sunday, December 14, 2008

la nuit



No fue el Old fashioned ni la pintura rubia. Ni el armazón de palabras. Las mías, las que repetías, las que yo no sabía que te había prestado, las que hicieron de la mesa un paño verde, un paisaje, una burbuja. Tu boca, que supo ser roja, masticaba el aire. Lo paladeaba como si estuviera confitado. Como si fueras vos que lo hacía dulce, gomoso, frutal. Como si te apropiarás de las cosas a tu antojo, como si les pudieras dar forma. Vos que tenés dios, y aún más importante, una hermosa manera de sacarte la remera con una sola mano, estas muy cerca, y muy sola, cuando cerrás los ojos. Por eso fui yo que los cerré, por eso fui yo que creí. Nadie aprende nada, pensé. Nadie aprende, nada, escribí. Nadie, nada.

Sunday, November 30, 2008

detenido


“Kitu” / “intentaba sustraer un automóvil / detenido / identificado / testigos acusaron de haber forcejeado con el ingeniero / otro / cómplice / le disparaba a quemarropa.

detenido / esta tarde intentaba robar / un automóvil / en un local de Mc Donalds / las autoridades / un nombre falso

Si / bien / la detención / las autoridades señalaron / El joven / "tuvo un seguimiento de dos meses / se alcanzó un conocimiento cabal / del modus vivendum / de la operatoria / tanto de él como de la familia que lo rodea /

Kitu" era el líder / la banda que asaltó / mató / San Isidro.

"Creo / que era el jefe de la banda / Tenía ascendencia sobre los demás / era extremadamente osado y peligroso"

la banda cometió otros asaltos / al parecer / "había trabajado en alguna casa".

"Los peritos forenses / deberán dictaminar / porqué se manejaba con tanta impunidad", sospechoso / tiene "rasgos psicopáticos" / actuaba influenciado "por las drogas"

(extracto de una nota recien leida en la www)

escenario

La cara de la niña, mi memoria, en el último estante, a la espalda de mi boca cuando besa. A veces a quien besa es a mí. En los tobillos. A veces me asusta si me despierto, solo de noche. Si me despierto solo, de noche.

El ritual de las tardes, consiste en sentarme en el sillón, y sacar la basura. La palpo entre los dedos. Grasosa, transparente con el sol de la mañana, temblorosa, tibia. La basura es la que hace crecer el árbol.

Una vez le disparé a un ave. A un ñandú. El tiro le dio en la cabeza, y el cuello se le sacudió, contorsionándose en el aire, eléctrico y pesado. Leve y macizo. El animal cayó de costado y se quedó temblando en el pasto. Cuando llegué hasta él me quedé mirándolo hasta que murió. Cuando veo esos pájaros embalsamados, recuerdo ese disparo. Los pájaros que uno mata quedan embalsamados a nuestras espaldas.

Creo que era un globo terráqueo que alguien dejó posado sobre los libros más grandes de la biblioteca. Un globo desdibujado. Cuando marco un recorrido en ese mapa, siempre siento que caigo, cuando marco un recorrido en ese mapa, no es claro de donde vengo ni a dónde voy. Así son los viajes cuando uno realmente parte, un descenso, algo incierto.

Tuesday, November 11, 2008

Monday, September 08, 2008

el Clarito y Marlon Brando

El creyó que Marlon Brando debería sostener la copa con dos dedos, solo algunas veces con tres. Que quizás en Tahití un Clarito fuera mejor que un Dry Martini. Y que los limones traídos desde el oeste, cruzando océanos y mares en un barco oxidado, aún tendrían en su piel, los aceites cosechados de las noches frías en algún campo de la pampa húmeda. O mejor, del patio de la abuela. Del árbol que se subía las tardes de domingo. Sería la mejor forma de estar cerca, no la única. El camino perfecto, lo que hoy sería poesía: un árbol encerrado en un patio de 5 x 5, el barco navegando día y noche, las palmeras salvajes y Marlon bebiendo a las seis de la tarde, última escala, destino. Pero para escribir ese texto, habría que desarmar las ideas en cortarlas en pedazos. Decirlas de otra manera. Versos, líneas, extractos. Así creía él cuando creaba. Así creaba cuando creía. Tomó la copa celeste que tenía en la biblioteca, la llenó de hielos de una cubetera sucia, vieja, con ya tres mudanzas encima, aunque siempre en el mismo freezer. El tamaño de los hielos mostraba que había estado inclinada, dejando caer parte del agua antes que se congelara. Tomó los más chicos y con cuatro llenó la copa. El cristal comenzó a empañarse en el tiempo que el tomaba el vaso de composición. Comprado en un anticuario como un florero, todavía nunca lo había usado. Lo llenó con los hielos restantes y fue hasta el escritorio, abrió firefox, youtube y buscó su escena favorita de Brando: “on the waterfront most famous scene”. Ahí estaba él, su hermano, el fondo de un auto, la ruta de la muerte y la muerte que mueve la cola envenenada entre uno y el otro. El niño y el hombre. I could have been somebody. Some, Body. Y el cuerpo perdido entre algunos, los dos y el resto que mira desde cada uno. Esta también el revolver donde estaba el dolor, la mano que duerme el gesto como si apagara un incendio, el silencio que abre la puerta. Chau, ahí se termina todo. Aunque el auto siguiera hasta hoy, cuarenta años después, ya nada más podría pasar ahí adentro. Las cartas no solo estaban jugadas, aunque el fondo del auto fuera una sala clandestina, fuera de cualquier regla de juego. Tomó el Gin Burnett’s, y recordó la superstición creada para esa botella. El ansia que la había transformado, una noche a sus diecisiete años, en una lámpara a la que pedirle deseos. A la que incrustarle deseos en su contenido, como luego lo haría en cartas, poemas, mails transoceánicos y terminaría en mensajes de texto de esos que nadie quiere leer. Let’s face it dijo Marlon, ya de fondo, a sus espaldas. Con la otra mano libe tomó y llevó hasta la cocina el Noilly Prat, casi acabado. Pensó en poner unas gotas del vermouth, pero vió lo poco que quedaba y tiro todo, revolvió y dejó caer el líquido, agua perfumada en francés, en la bacha de acero inoxidable. Agregó el gin y empezó a mirarlo, agachándose, buscando entender como cambiaba su forma, como mudaba su cuerpo al frío, como el de alguien que se encuentra desnudo de repente, como cuando un movimiento ajeno te saca las sábanas una noche de Julio. Debe haber pasado un minuto, o menos, quizás mucho meno. Revolvió y sirvió en la copa helada. Cortó la cáscara de un limón con un tramontina y la exprimió varias veces sobre la mezcla perfumada de Gin. El celeste ya era azul. El aceite cítrico formaba nubes del tamaño de cabezas de alfiler. Como lunares fantasma en un vestido blanco de verano. Llevó la copa hasta el escritorio, la posó al lado de la computadora. “A veces se te infecta la boca de insectos / O enredaderas que crecen y se secan con una palabra” estaba escrito en un documento de Word que había empezado antes de pensar en Marlon Brando. Su Clarito le abrió la boca, le recordó que cuando descubrió Burnett’s, Tahití era el lugar al que quería viajar. Y que no sabía quien era Marlon Brando. Y que no sabía lo que era un Clarito. I could have been somebody, pero a veces se te infecta la boca de insectos. No. I could have been somebody / pero después dejaste que tu boca haga crecer enredaderas. No. I could have been somebody, pero después la enredadera se llenó de insectos. No. Bebió el Clarito, abrió el google earth y buscó Tahití en el mapa. Aunque Marlon estuviera muerto, algo debería quedar ahí, como quedan los gestos en el aire, cuando una película termina. I could have been somebody / creyó / y el pasado creció como una enredadera / I could have been / dijo / y la boca se le llenó de insectos / y have been / y el pasado murió como el pasado, entre sus manos / I could / y la boca brilló como el aceite de un limón en la superficie de un Clarito / I / escribió / y la copa vacía le mostró su cara, la risa, y el futuro donde comprar su nuevo traje.

Wednesday, August 13, 2008

punk rock

bajo el pure cotton de la camisa blanca
Paul Simonon rompía su bajo eléctrico.

ya nunca más habría música

ni en London
ni bajo las sábanas de su cama
ni en la espalda de su chica dibujada

en la huella del colchón.

‘punk rock’, se dijo frente al espejo

mientras palpaba el último botón de carey

entre el índice y el pulgar

como a un pezón que se toca por primera vez

Friday, August 08, 2008

la memoria

Una pizarra con piezas para nombrar las cosas. Con las mismas partes, siempre se puede armar otra palabra, cambiarle el valor, borrar, rellenar una bola de nieve. Así quizás es la memoria. Siempre las mismas palabras con otra forma.

Blanco sobre negro, móvil y plástico, clavado contra una medianera cubierta de azulejos. Así quizás se arma la memoria. Tiene números, valores, bolas de nieve, roscas, repeticiones.

Sin acentos, con pocas palabras, una ñ para enterrar otras lenguas, marcas que evitan escribir las repeticiones, enmarcado en aluminio inoxidable, así quizás es la memoria.

Tuesday, July 15, 2008

31

Al final de treinta y un cócteles está el pasado

La esquina plateada que guarda el radar una vez por semana,

a veces, las esquirlas del humo en la cara

otras el deseo. La memoria del deseo, o nada.

Al final de treinta y un cócteles está el pasado

Los banquetes del amor y la muerte

la coincidencia de marcas, con las que ni vos ni yo somos felices.

Al final de treinta y un cócteles está el pasado

La razón regalada que espía una mujer de ojos celestes

Y se lleva mi diario en las manos.

Al final de treinta y un cócteles está el pasado

Una mujer, el deseo

nada

Tuesday, June 24, 2008

diez visiones sobre el futuro, una madrugada



El futuro guarda una especie de placer. Es un papel, se pierde en la sombra de una taza de café. Se recorta por hermoso, se lee, dice ‘siempre’. Es erótico tal vez, se encuentra, está a veces en el diario.




El futuro esta casi debajo de la almohada. Escrito, en un libro que ya sé que no voy a terminar de leer. En la cama que no se hace, en las sábanas blancas, solo una noche usadas. Usa traje italiano, sombrero, y esta fotografiado.




El futuro tiene alas. Anda en tren, cruza puentes, sube y baja una montaña. Viste de blanco en verano, y se palpa con la punta de los dedos de una mano. Se le ve la nuca y un collar. Se lo ve desde atrás, y se lo desea aún sin saber su cara.




El futuro está desnudo, en el fondo de una taza. Tiene restos del calor, de papel, de una planta cosechada. El futuro está encerrado en porcelana. Se desviste con la boca. Se bebió. Tiene pasado.




El futuro es una sombra. Y otra sombra que lo acecha. Es un entramado de piedras puesto a mano. Es el frío de perfil, un mediodía. El futuro es la ausencia de una cama cuando la sombra se acuesta. El futuro se saca fotos a sí mismo y no las guarda.




El futuro está en los ojos de los gatos, en la matriz que forja clavos, en las paredes que aún viejas no se caen, en la mano en la maza. El futuro está en el sol, que cubre el sueño como una sábana. El futuro está en el sueño. El futuro entra por la ventana, está en silencio, a veces tiene los ojos cerrados.




El futuro es una ventana, unas flores que nunca mueren, una mesa iluminada. Está en el cielo, en las nubes que se expanden y cruzan de un país a otro. Es la risa que no se ve, un vaso vacío, está en las marcas en la remera de la cama. El futuro es una casa de verano a la que se vuelve a vivir, una jaula que no sirve para nada. Es una casa en la que se vuelve a vivir.



El futuro es un globo con fuego adentro, un pulmón, una ronda. Se suelta en el techo de la casa, vuela, y si cae, lo hace en llamas. El futuro tiene mujeres, amigos, ciudades, noches de fiesta. Al futuro hay que sostenerlo hasta que se infle, y recupere su forma dormida. El futuro ilumina de cerca, y señala de lejos.


El futuro se arma con las manos, con la mirada, haciendo equilibrio. El futuro se arma en un ambiente con la puerta abierta a cualquiera. Un lugar donde se come, se bebe y hay historia. El futuro es un móvil, un papel, un juego. En el futuro se navega.


El futuro esta en la calle. Quizás solo en las luces de la calle. O en su noche. El futuro es gigante, con luces amarillas, multinacional y está cerca de una estación de tren. Tiene un río rojo y perlas blancas. Se ve cuando uno se mueve. Es uno.

Brasil









Hay un tren que se tuerce como las palabras cuando rien, un champán tan frio como la cerveza más helada. Los caracoles que se meten en la almohada, su rio, su voz, la pinga que te saca de la cama. Una taza de café con la verdad que fue enterrada, ya desnuda y deletreada. Los restos de la lasagna italiana, el mato que te hiere, la sirena que te llama. Los santos que protegen de morir en el bar de madrugada. La ventana que se abre al jardín y las alas verdes, que un amor dejó sobre la cama.

Monday, June 23, 2008

la historia

Hasta estas costas llegaban las vacas que arreaban los jesuitas, con el trabajo de los indios misioneros, a principios del siglo XVIII. Carne para las misiones. Carne para las colonias.

Etienne Moreau, corsario francés, desafió a portugueses y españoles, y llegó hasta la costa de Valizas en 1717 y logró un acuerdo comercial con la comunidad indígena de la región para proveerse de cueros. Exitoso en su empresa comercial, volvió con refuerzos en cuatro barcos y mantuvo una factoría para trabajar los cueros. Dicen que los portugueses y contrabandistas de tierra adentro, cooperaron con el negocio francés instalado en esas costas. ¿Con qué habrán recompensado a los habitantes indígenas?

Los españoles decidieron acabar con el negocio francés y desembarcaron en 1720 en inmediaciones del arroyo de Valizas. “Conducidos los españoles por el nuevo baquiano y transitando con acentuado riesgo por ríos y bañados, continuaron la marcha con gran dificultad, llegando el 24 de mayo de 1720 a ocho leguas de Castillos... Con la tropa alivianada emprendió el camino definitivo hacia el establecimiento de Moreau a las siete de la tarde, avanzando toda la noche hacia los Castillos Grandes o Balizas... El guía... les llevó a un pantano muy peligroso que terminaba a una distancia de tiro de fusil de las barracas francesas. No obstante las tropas hispánicas lograron vadear el bañado ordenadamente y ocultos por la espesa niebla. Los galos, que eran buenos soldados, advertidos de lo que pasaba, pasaron a contestar el ataque con intensas descargas durante media hora, mientras los indios guenoas se aprestaron al combate”. “La batalla se dispersó en diversos agrupamientos, destacándose por su serenidad y firmeza el capitán Etienne Moreau que se situó en primera fila para arengar a sus soldados. Esta posición facilitó que chocara con el ayudante Don Pedro José Garaycoechea quien le descerrajó un balazo en plena boca, destrozándole el rostro y dejándolo muerto en el acto... De ahí que nuestro arroyo Balizas, en ese 25 de mayo de 1720 sirvió de tumba para estos bravos guenoas.”.

En los médanos que se ven en el fondo, se demarcó el límite entre los reinos lusitanos y españoles en el tratado de Madrid o Permuta, en 1752. Había una placa que marcaba este hito, aunque esta ha desaparecido. La tierra parece entrar en el Mar, y forma un contorno con varias puntas. Estas forman un tridente. La llaman Punta del diablo. Detrás de las dunas, y caminando por la playa, se llega a Cabo polonio.

En esas dunas, se pueden encontrar restos de fósiles de animales prehistóricos y de los campamentos indígenas. Varios pobladores atesoran morteros, puntas de flechas y hasta boleadoras.

A la izquierda de las dunas, se ve una línea oscura, delgada, apenas sobresaliendo de la línea del horizonte. Ahí hay una colonia de lobos marinos. En 1833, se fundó la Fábrica de pescado La Oriental. Diez pescadores demostraron que solos podían pescar una tonelada por día. La compañía de lobos logró bloquear esta iniciativa. Los lobos están ahí. Dicen que cada uno atrapa unos trescientos kilos de pescado por día, aunque come solo cien.

Dejamos una red en el mar, todo un día y la noche. A la mañana encontramos unos siete pescados. No eran grandes, pero comimos cuatro personas. Estaban muy ricos.

Al final de la playa, sobre la derecha, fuera del cuadro, está el arroyo que en primavera logra descargar su agua dulce en el mar. Nunca se sabe como armará su curso cuando las aguas crecen. Algunos años arrasó con las casas que estaban cerca de la costa. Desde la laguna hasta la desembocadura del arroyo, se tienden trampas para cazar pescados y camarones. Así, en la parte de agua dulce que está más cerca del mar, solo se encuentran camarones pequeños o lisas. Dicen que también algún lenguado.

La zona en que está Valizas está dentro de lo que se da en llamar “El infierno de los navegantes”. Muchos barcos han naufragado en esas aguas. En 1842 se hundió la Leopoldina. De trescientos tripulantes solo sobrevivieron 56 hombres, 5 mujeres y 18 tripulantes. Algunos se radicaron en el departamento de Rocha y Castillos, el pueblo más cercano a Valizas.

En 1869 naufragó el bergantín “Bessie Stanton” de bandera inglesa. Llevaba rieles para el primer tren que se estaba montando en Uruguay. Hoy ya no hay trenes funcionando en Uruguay.

Dicen que hay un barco hundido que traía yerba. Y que algunos se sumergen en el agua a buscar los paquetes, los secan al sol y así se proveen para los mates.

En el bar del pueblo, se come, milanesa, papas fritas y, a veces, algún guiso.

Una cámara encuadra una parte, pero la historia hay que atraparla. A veces con un arpón, a veces con una red, a veces mirando el cielo.

Friday, June 20, 2008

tampoco haría cocina

“El goloso no es solo aquel que come con pasión, aquel que no deja nada en el plato ni en el vaso, aquel que no inquieta jamás al anfitrión con una negativa, ni a su vecino con arrebatos de sobriedad. También debe aunar el más estridente apetito con cierto humor jovial sin el cual un festín no es mas que una triste hecatombe. Con facilidad de expresión debe afinar el al limite su capacidad sensorial y adornar su memoria con multitud de anécdotas, historias y relatos divertidos con los que llenar el vacío entre los servicios, a fin de que las personas sobrias perdonen su apetito”


La sardina, por ejemplo, “tiene que ser cogida en su flor”, dice, “ya que, semejante a una virgen bella y tímida, todo lo que la oculta la afea. Ya se sabe que Venus nunca fue tan hermosa como cuando, desnuda, salio de las olas”. A condición de coger los comestibles “en flor”, todos podrán dárselas de grandes golosos, de expertos gastrónomos. Añade: “Esta probado que cada cosa de este bajo mundo quiere ser servida, cogida y comida en su punto. Desde la jovencita, que sólo cuenta con un instante de su vida para mostraros toda la frescura de su belleza y todo el esplendor de su virginidad, hasta la tortilla, que pide ser devorada recién salida de la sartén”


En el goloso, todos los sentidos deben acoplarse al del gusto, pues tiene que saborear os bocados antes incluso de llevárselos a la boca. Es decir que su mirada debe ser penetrante, su oído alerta, su tacto fino y su lengua hábil.


El dinero sólo no basta para conseguir una buena mesa. Hay quien, gastando mucho, ofrece mala comida. Mientras que otro de regular fortuna invita a excelentes comidas. Todo depende de los cuidados, conocimientos y estudios que se han hecho de todo lo que se refiere al arte alimentario. Para llegar a ser anfitrión, se necesita, como para todo lo demás, un aprendizaje. Aún más, es más fácil amasar rápidamente una inmensa fortuna que saber disfrutarla.


La noche, el fin de todo tipo de deberes y asuntos, la dulce luminosidad de las velas, todo lo hace favorable a los amantes. A las mujeres es la comida del día que más les gusta: es el momento en que ejercen mejor su dulce imperio y en el que son más tiernas y seductoras. La noche es su tiempo de dominio irresistible, y tan conscientes son de ello que algunas han firmado divorcio total con el sol. La cena no es solo el ágape del amor, es también el de Apolo. Es cuando mejor se conversa, abundan las ocurrencias, las réplicas amables se suceden, y cada cual se esfuerza por mostrar su talento, comentando lo que ha oído por la mañana. La gente culta es aún más ingeniosa, el deseo de agradar anima a cada invitado, y los mil rostros vivaces que surgen en todos los rincones de la mesa, convierten esta comida en espléndidos fuegos artificiales. Así eran, al menos hace tiempo, las cenas de buen tono en Paris. Hoy solo existen en la memoria de aquellos que tuvieron la suerte de frecuentarlos.


En la cocina al igual que en casi todas las demás artes, no vale la teoría sin práctica, y hasta el que conozca todos los resortes culinarios de memoria será incapaz de preparar un buen guiso si jamás se ha puesto el delantal. Y tampoco a base de ciega rutina, desprovista de conocimientos y de estudios, se logrará ser un artista. Pero teoría sin práctica tampoco haría cocina. El peor pinche le dará mil vueltas en este terreno al alumno del instituto. La cocina comporta tantos disgustos, inquietudes e incluso peligros que hay que honrar a quienes la practican y retribuirles con fama y prestigio, ya que sólo con dinero no se paga a un cocinero.


Manual de anfitriones y guía de golosos

B. A. Grimod de La Reynière ( 1758 – 1837)






Thursday, June 19, 2008

La cuestión humana

En el cine Arteplex que está al lado del obelisco, cuando estas viendo una película, el subte te pasa por arriba. O por abajo. O por el costado. Pasa cerca.

El otro día fui a ver “La cuestión humana”. Cuando salí, después de más de dos horas intensas, sentado en la cuarta fila y en encostado derecho de la sala, las cacerolas sonaban alrededor del obelisco.

Caminando para ir a comer una pizza en Banchero, vi a un chico, de unos quince años, cruzando la Nueve de Julio con un cencerro. Iba acompañado de su madre.

Voy al campo desde chico, aunque no conocí ahí los cencerros. Casi ni se usan. Al menos no se usan en los campos de la Pampa húmeda. Me han dicho que en el sur, para las ovejas suelen usarlos. Yo los conocí en mi casa.

Quien tiene un cencerro es porque no tiene animales. Es un símbolo. Una ilusión. Su sonido no llama a nadie, porque no hay nadie que lo escuche. El que no tiene animales es porque no tiene tierra. Cualquiera que tiene tierra, ahí están los animales.

En la cuestión humana, comparaban la fragmentación de las tareas en la exterminación de personas por los nazis, con las tareas en las empresas contemporáneas. El centro de este orden eran los recursos humanos.

En Banchero hay una foto enorme, que debe ser de los años 30, 40, en que se ve a decenas de hombres de traje, aunque algunos con ellos roídos, y llevan también sombreros, boinas; y, entre exhaustos y felices, miran el foco de la cámara, frente a unos moldes negros, grandes, con unas pizzas de molde recién salidas del horno.

Había una empleada de recursos humanos, muy rubia, que estaba muy caliente con el protagonista, compañero de tareas. Y como mucha atención no le prestaba va a buscarlo a una fiesta con una peluca morocha. Un morocho azabache. Y él no la reconoce. Y hasta parece que la desea.

En una parte de la cuestión humana leen una carta donde se explica exactamente como construían los camiones y los depósitos a los que transportaban a los prisioneros que llevaban a los campos. Era muy importante no apagar la luz hasta matarlos, porque cuando todo se ponía oscuro algunos gritaban. Era muy importante la reja que protegía la luz.

A Banchero entró alguna gente con cacerolas. Se los veía muy contentos. Pero no era la misma alegría de los de la foto vieja. Ahí había trabajo. Había como un lustre en las caras, en los cuerpos. En la ropa. Parecían moldeados por su tiempo. ¿Viste esa gente que se ve que no puede ser de otra época? También Clark Gable era así. Y John Wayne.

Con un cencerro alcanza para ordenar a toda una manada. Con una TV alcanza para que en un recinto como el de un restaurant a nadie le sea indiferente lo que se transmite. Con un ticket que te dan cuando pagas tus facturas, podes sacar dos entradas para ir al cine. Al menos al Arteplex.

En mi casa había una colección de cencerros, todos alineados sobre el durmiente que formaba el borde superior del hogar. Así quedaban, los cencerros, el durmiente de alguna vía del tren y abajo se hacía el fuego con quebracho colorado. A mi me encantaba hacer el fuego. Después pensé que ahí faltaban los animales, la tierra, los trenes y algún bosque. Y también faltaba yo.

De todos los protagonistas de la película hay solo uno que parece encontrar una salida. Está alienado, roto. Escribe cartas para denunciar el pasado, y en el presente habla con la música. Y en el presente come solo en un bar.

La última vez que fui al campo, estuve en una gran estancia en San Luis. Los peones, vivían durante la semana en unas habitaciones, una al lado de la otra, con un baño común. El baño estaba muy limpio. A la mañana, uno se levantaba y preparaba carne a la parrilla, su desayuno. Se los veía muy felices. Tenían un lugar, donde estaba la parrilla y preparaban los mates mañaneros, con una televisión con Direct TV. Entre todos los canales, elegían el 7. Miraban el Festival de Jesús María. Al lado de sus cuartos, había otros, donde dormía yo, ya bien pintados de blanco y con un baño cada dos camas. Y un comedor propio. Luego había otra casa, con galería, cochera y varias habitaciones. Era la del mayordomo. También tenía Direct TV. Había una última casa, del dueño, que iba dos o tres veces al año, y tenía ropa preparada siempre para esos días. Y también tenía Direct TV. La carne que se comía en cada una de las cosas era la misma, se faenaba en una carnicería propia que tenía la estancia.

El campo quedaba al lado de una localidad que se llamaba Nueva Galia. En realidad la estancia. El campo no tiene lugar. Todo es el campo. Cuando yo era chico decía “me voy al campo”. En el colegio algunos me preguntaban dónde tenía el campo. Una estancia no es el campo.

Simon, el protagonista de la película, es ordenado por un jefe que investigué al gerente de la empresa. Este jefe, descubre después, no tiene ni padre, ni madre, ni hermanos. Fue parte de un programa nazi de reubicación de niños. El es el que dice que el gerente parece estar loco.

Un amigo italiano, de familia napolitana pero que vivió mucho tiempo en Roma, me explicaba que la pizza de molde es la que se come en el sur. La fina es la de Roma. En Buenos Aires, la tradicional es la de molde, ancha, contundente. Me acuerdo en los ’90 que aparecieron unas pizzerías más elegantes (en realidad más decoradas), en las que se hacía la pizza fina. Y crocante. La de Banchero no es como la romana.

El hombre que tocaba en la orquesta y comía solo en el bar, dice que ya hoy se habla de problemas. Se dice que hay un problema y luego se detallan las fórmulas técnicas para solucionarlo. Para ‘la cuestión humana’ no hay técnicas. No es un problema. El hombre toca el violín.

Simon es psicólogo. Para conocer al gerente de la empresa, utiliza como excusa una investigación sobre la banda que él formó para tocar en la empresa. Se juntan varias veces en la casa de Mathias, el investigado. El anfitrión bebe whisky, el invitado champagne. Las veces siguientes, ambos toman whisky.

A Mathias se le murió un hijo. ¿Por qué un hijo siempre ‘se le muere’ a alguien?

Simón en un momento va a los archivos a obtener información sobre Mathias. La rubia lo lleva, guiándolo. En la entrada hay dos mujeres jóvenes trabajando en sendas computadoras. La rubia cuenta que están informatizando todo el archivo, desde algo así como 1929. Al llevarlo hasta el fondo del archivo, lo besa. Lo besa con cierta violencia. Así a veces es la memoria, un lugar en el que si llegás hasta el fondo, parece una rubia que te tira contra sus paredes y te besa con violencia.

Friday, June 13, 2008

caracoles

Caracoles de espuma, de arena, rotos

caracoles, en el hambre,

en el cuello de tu cama

en el ruedo de la funda de mi almohada

en el tiempo en que se funde

el amor en la mirada, en un segundo,

en el fuego de un avión cuando se cae.

Caracoles en los mensajes de texto de madrugada

en la heladera que aun llena se ve hambreada,

en la sed de mi ventana, en el día de volver.

Caracoles en la panza de los gatos,

en el rio que me moja entre las sábanas

en las redes, en las palmas

en el niño que tienta con volver.

Mar



Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa,
y escondido tras las cañas

duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya,

y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Yo,

que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos

de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.

A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...

Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...

¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?

Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea

te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea

que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.

Ay...

si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca

con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...

Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo...

Tuesday, June 10, 2008


no fueron los ojos, el oro ni el tedio

la sed en la cara

tampoco mi mal

no fue por la pesca del día

la piedra en el cielo

ni el whisky sin hielo

tampoco mi mal

no fueron los pájaros negros

el miedo en el suelo

mi frío, mi creo

tampoco mi mal

no fue por el viento en la cara

el espejo en la palma

tampoco mi mal

no fueron los que nunca vinieron

la nube en el hambre

el río, deseo

tampoco mi mal

Thursday, June 05, 2008

felicidad

es un supermercado un rato un avión

es un guiso con panceta un primer beso un error

es un chango lleno de quesos una samba un adiós

es un reloj a cuerda una almohada nueva un roedor

es un traje azul eléctrico un escondite un avión

es “un dia de domingo” un carnaval un amor

es una estrella un faro un cross

es un supermercado un rato un avión

Tuesday, June 03, 2008

oro

La hierba roja frotándole los pies al desertor. Espuma, espuma, espuma… todos los días en otoño y en Pekín. Y en el Marais. Miasma y pantano. La antigua tierra, hoy entre puentes de piedra y acero. Embarrado de plumas con un falafel y el amor entre las manos, cruzo de un lado al otro. Voy y vuelvo. Los ojos de oro y mi cuerpo doblado como una servilleta de papel. Mis ojos de oro y mi cuerpo flameando como una vela de papel. Yo arrancacorazones. Yo caballero. Yo desertor. Yo rojo. Yo hormiga. Yo lobo – hombre. Yo feo. Yo canto,

…Je bois systématiquement

pour oublier…

Saturday, May 31, 2008

África

Un francés mezcló vino con quinina hace más de cien años, le sumo otras hierbas, cáscaras de naranja (lo que sobraba, sí) para que los legionarios franceses que colonizaban el norte de Africa evitaran la malaria. Quizás también el paludismo. Ahora, escribo esto bebiendo el Dubonnet, esta creación, con hielos Rolito. Con la sed de la noche que empieza. Estoy solo. Y la palma de una mano me palpa la frente. Hace frio. Y porque no tengo nada que escribir, bebo. Y porque la malaria hace cosquillas en la planta de los pies, bebo. Y porque no voy a ir a combatir a África, bebo. Y porque puedo gritar ‘guerra’ en francés, bebo. Y porque tengo Rolito en el freezer, bebo. Y porque la noche me espera, bebo. Y porque la aria mala quizás esté en el fondo de la madrugada, bebo. Y porque Joseph Dubonnet creó, bebo.

Thursday, May 29, 2008

Mapa

Un mapa, atrás de un retrato viejo y familiar, en el altillo de una casa que los padres, que, ya inútiles, no pueden sostener. La primera (¿o última?) luz del brillo de un tesoro, en un papel viejo, escondido en la basura familiar, al alcance de los chicos que quieren salvar su mundo. Un sistema de señales cifradas, en la espalda de la historia familiar, el tesoro de hacerse grandes. Un mapa, un tesoro, el viaje.

El mapa de la Francia conquistada, con el estandarte quebrando la tierra. La Galia. Mi Galia, resistiendo. Los capítulos que más me gustaban eran los que viajaban. Cleopatra, Bretaña. Helvecia. Los viajes en barco. Las cosas pasaban afuera del pueblo. Defender ese pedazo, resistir, siempre era el primer y último paso de un viaje.

Pegado a la pared de mi departamento de Coghlan había un mapa. Estambul. Cuando lo usé en esa ciudad, lo doblaba hasta que tuviera, la parte que estaba siguiendo, el tamaño del de cada página de la guía T. aunque en ese momento no conocía esta guía. Estambul en Coghlan era una piedra preciosa, la puerta del deseo, el amor como un pedazo de tierra partido al medio, pero con muchos puentes. Una linterna a dínamo. Un sol a energía solar. Un reloj a cuerda.

Volví a Estambul ocho años después. Y conseguí un nuevo mapa. Lo doblé de una manera similar, buscando recordar. Se rompió a las pocas horas. Un compañero de viaje compró otro. Tenía unas tapas duras que no me dejaban plegarlo. Busqué otros mapas, por toda la ciudad. Nunca encontré el que quería. Nunca encontré el que buscaba.

Conocí Paris con tiempo y un mapa chico y de tapas rojas. Un librito que parecía viejo. En verdad no viejo, anticuado. La conocí de a pedazos. Por páginas. Aprendí que los mapan no sirven tanto para encontrar como para perderte. No hay ninguna cuadrícula en una ciudad cruzada por un río, cortada en diagonales y que creció subiendo a un Monte. Las calles te hacen derivar todo el tiempo. Divagar. Y el mapa es la forma de encontrarte. De ver exactamente el lugar en que estas perdido.

La guía T perdió sentido tres meses que caminaba de Caballito a Palermo. En las casi dos horas que hacía cada viernes de la Facultad a la barra de mi trabajo, calles y avenidas, pasajes y plazas, parques y pasos a nivel. Descubrí Almagro y Villa Crespo. No eran todavía barrios. Eran un paso de un lugar a otro. Eran tres o cuatro páginas de la guía. En ese momento me compre un mapa y lo pegué en la pared de la cocina. Buenos Aires entera. Mi primo le dibujó unas tortugas abajo, simulando la visión de la tierra cuando esta tenía un fin real. El lugar en que ya no había más nada. El más allá de la General Paz. El fin del mundo, el límite de la historia y la imaginación. Algo que era a la vez, un pasado y el futuro. El lugar en el que había vivido casi todos los años hasta ese momento.

Monday, May 26, 2008

7

Uno – que sea la última vez. Y que la primera no sea la última

Dos – ya ni te sabes eso que me dijiste, eso que eras. ¿Donde es que te olvidas las cosas? Tus palabras…

Tres – quiero que salgamos a caminar. Hace frío. Pero podemos andar juntos y taparnos uno al otro. O podemos ir parando en los bares, los zaguanes y los besos

Cuatro – ¿te acordás del vestido que tenía cuando te conocí?

Cinco – no se si te voy a querer siempre como hoy. A veces no sé.

Seis – ya es la hora

Siete – te quiero, mucho. Tanto que a veces me asusto. Y a veces no puedo saber más

Thursday, May 22, 2008

S

El le dijo que después le mandaba un mensaje para decirle a qué hora pasaba. Ella dijo ok. Después, mandó otro mensaje con la dirección. Y firmó ‘besos’. El plural a el le gusto. Cuando se estaba cambiando, el la S final lo puso nervioso. Dudó entre dos camisas y se puso a planchar una de ellas sobre la cama. Mientras se calentaba la plancha, volvió a leer los mails. Puso en el gmail el nombre de ella, y aparecieron tres mails. El primero tenía un año. Los últimos dos eran de hace un mes. Borró uno por uno todos los mensajes y dejó dos. Los dos eran de ella. Planchó la camisa y pensó qué tenía ganas de beber. Jameson. No. Vat 69. Tampoco. Martini rosso. Fue a la heladera y no había soda. Sacó del freezer la botella de vodka Smirnoff Black y sirvió un shot. Aroma a nada. Lo bebió de un sorbo. Se sirvió otro. Puso a cargar el teléfono y volvió a ver los mensajes. Aunque no había ninguno nuevo. Con el shot de vodka en la mano, se sentó en el suelo de la cocina para ver el mapa de Buenos Aires de la pared. Devoto realmente estaba lejos. Flores también. En ese momento se dio cuenta que estaba oscuro. El viento arrastraba hojas secas en el patio, y solo sentía el ruido. Prendió la luz de la cocina, tomó tres galletas marineras y se fue al patio. En una revista de cine, vieja, comprada en Corrientes a tres pesos, vio la foto de Brando. Marlon con las manos grandes, gordas buscaba algo entre los cocos. Entre los cocos y todo el ron que se habían bebido en ellos. Ella con los ojos cerrados, parece acariciar lo que él busca. Hay fotos. Fotos sobre ellos, enmarcándolos. Fotos viejas, en blanco y negro. Con la plancha con la luz roja encendida, planchó la camisa blanca. Buscó la corbata negra. Afuera hacía frío. La de Marlon parecía una última salida. Las cosas encontradas y perdidas arriba de la mesa. Las manos buscando, sin intención. Los cuerpos abandonados, sin peso, livianos como lo cocos vacíos. Un final posible. La S volvió a su memoria. El cuerpo se le volvió a tensar, y la luz que prendió el vecino le dejó ver el patio, las hojas. El viento. El teléfono vibró. Mensaje nuevo.

Tuesday, May 20, 2008

lo que tengo enfrente

Una foto con un pedazo de sandia. Caracoles en un frasco de vidrio con agua de mar. Un robot de plástico a cuerda. Paraguas chinos de papel. Una copa. Una bola negra. Barco de madera con las velas hinchadas. Dos fichas comodín. Cuatro Madroshkas. Un sobre negro de terciopelo con unos poemas viejos. Una taza de café con sal. Un reloj de un barco de Alemania Democrática. Un encendedor que no anda. Uno que sí. Una linterna amarilla. Un carro con diapositivas en las que estoy yo. Guantes de conducir, negros. Pastiglie aromatiche digestive Leone. Un amuleto turco con un amuleto griego enredado. Un boleto del Metro de Río de Janeiro. Un trompo de Estambul. Un espejo de dama, con un hombre alemán en el reverso. Una piedra del suelo de la vereda de Copacabana. De las piedras blancas. Lápices negros. El manual de anfitriones y guía de golosos. El talonario de facturas. Hilo verde. Una vela. Un vaso con monedas de países que no son el mío. El salero y el pimentero, fantasmas, abrazados. Una varita mágica. Una foto pintada de Rita. Una mía, montado en un animal extraño con ruedas. Marilyn pintada en un espejo. El whiskey que quizás le gustaba.

la coma

Te escribió soledad, no?

Te escribió, soledad, no?

Thursday, April 17, 2008

Johann Christian Friedrich Hölderlin


EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS

¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansa en su mar natal.
La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?
La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.
¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
!No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!
Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!
Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,

la bella, la vida Naturaleza.

Tuesday, April 15, 2008

sea





Somewhere beyond the sea
Somewhere waiting for me
My lover stands on golden sands
And watches the ships that go sailin

Somewhere beyond the sea
She's there watching for me
If I could fly like birds on high
Then straight to her arms
I'd go sailin'

It's far beyond the stars
It's near beyond the moon
I know beyond a doubt
My heart will lead me there soon

We'll meet beyond the shore
We'll kiss just as before
Happy we'll be beyond the sea
And never again I'll go sailin'

I know beyond a doubt
My heart will lead me there soon
We'll meet (I know we'll meet) beyond the shore
We'll kiss just as before
Happy we'll be beyond the sea
And never again I'll go sailin'

No more sailin'
So long sailin'
Bye bye sailin'

Thursday, March 27, 2008

canción casi cursi para un ex libro




Comodín de la a A la zeta

Comodín si se fue, si regresa

Si se tira en el cama

y no se quiere ir más.


Comodín en la espalda de la noche

con la sábana sucia y enroscada

el olor oxidado en la almohada

con lo que queda, lo que falta

Cuando ya no hay más.


Comodín si la cáscara no alcanza,

La máscara espanta o dejas de reir.

Comodín en el pozo del odio

En los besos de otro, en tu mal

en mi mal.


Comodín de la eme a la zeta

si se fue, si regresa

si se cae en la cama

y no se duerme más


Comodín si la boca se te seca

si muele el ardor la madrugada

crece el amor debajo de la cama

y las flores huelen tan mal.


Comodín entre vos y la madrugada

en la frazada que son

algunas últimas palabras

en lo que queda

en lo que nunca va a estar


Comodín de la W a la Zeta

en tan poco pasado

en perder en la risa

por los besos que guardo

en un libro prestado

que no va a estar más.