Sunday, November 01, 2009

Decimosexta clase - El final


I
Llueve a mares en Palermo. De la mano, la noche me besa el cuello. Huele a pasto, orégano fresco, latex y una remera recién lavada. Dos horas rodando sobre las sábanas, con animales pidiendo con los ojos que el tiempo no pare, no alcanzaron para volvernos hacer dormir. Hay un barco en el horizonte, un barco inundado, hundido por el agua dulce que cae silbando. Es sábado y hay un viaje que se murió en el pronóstico del tiempo del martes. Pero aún así hay algo que hacer por el agua, por la nave que los amigos preparan para cruzar el tiempo.

II
Resguardados por un piloto y un paraguas negro, los únicos dos navegantes que aún restan sus horas de sábado se ríen en una esquina. Javier sabe nadar con las manos en los bolsillos, yo aprendí a contarle las costillas del sueño. La esquina es un muelle, una señal en una carta, el lugar por donde partir. El asfalto huele a una madrugada en la playa de estacionamiento que estaba en Suipacha casi esquina Tucumán. Huele como olía el pasado.

III
“Estoy intentando llegar”, anuncia por teléfono el profesor, minutos antes de aparecer en un Renault 12 algo oxidado cruzando Santa Fe por Juan B. Justo. El sillón delantero esta definitivamente roto, aunque una agenda (esto lo sabremos varias horas después) impide que uno caiga en un pozo abierto en la base de la butaca. Nada de esto se ve porque el asiento está íntegramente cubierto con una tela. Los días, las horas señaladas en una rutina olvidada mantienen al acompañante ocasional con su mirada a la altura del parabrisas. Eso deja ver el horizonte, los autos, la mañana.

IV
El profesor cita a los anarquistas en el viaje, toma Libertador por el centro y esquiva el acceso norte. Un atajo nos hace pasar muy cerca, pero deja inmaculadas, las tierras de la Armada y la Policía. A la altura de Olivos se sale de la ruta y el Renault 12, como una nave que se deja caer en las fauces temidas por los navegantes del siglo XV, cruza la tierra hacia el bajo, al verde, al fondo de una ciudad. Va buscando el contorno del río escondido atrás de la fronda.

V
Desde Olivos hasta San Isidro, atravesamos un túnel verde y húmedo, siguiendo las vías del tren de la costa. De un lado, la siembra del agua dulce, florida y serpenteante, y del otro las barrancas con enormes casas. Palacios civiles posados como tortas flotantes en medio de un lago lleno de musgo, camalotes y nenúfares. Palacios civiles que resumen la historia del dinero de la última mitad del siglo. Sus dueños, faraones y usurpadores, ladrones de la tierra y el cielo, mercaderes de cartas y palabras pulidas, funcionarios estratégicos de los túneles negros de los metales preciosos… todos invisibles a nuestra mirada, perdidos en sus fortalezas, propietarios de montañas con vista el horizonte. Algunos heridos, otros muertos. Solo sus paredones los resguardan del tiempo. Solo su mirada les devuelve el ocaso.

VI
El profesor busca durante todo el recorrido estar lo más cerca posible del agua. El mar dulce lo llama como una sirena vestida con un traje de coral. Sus ojos doblan el paisaje como el fuego lo hace con el hierro. Hay un barco en sus manos, un papel que fecha su nacimiento en 1921, unas fotos nuevas de los barcos soñados, un destino salado en aguas abiertas y el río revuelto para los pescadores de sueños.

VII
En una casa cuadrada, rodeada de plantas trepadoras, herramientas que hacen casas y a la vera de un piano alemán flamante, dos navegantes muestran a sus dos alumnos los colores de las boyas cardinales. Esos objetos flotantes amarillos y negros, con triángulos en su cima, ordenados por los hombres, cambian los colores en los continentes y solo te indican por dónde hay que dejarlas. En la oscuridad es el parpadeo de las luces lo que te muestra los colores.

VIII
Esteban obtiene las tablas de mareas de Internet y las imprime en el anverso de unas partituras de música. Los dos lados del papel quedan así guiando a los hombres, un lado en el silencio, el otro en el agua, ambos en el tiempo. La tabla de mareas indica el mínimo esperable, la menor profundidad histórica en promedio, la tabla parece querer dejar tranquilos a los que navegan, alejándoles el peligro. La tabla de mareas te da información para saber la altura del agua en un lugar determinado a cierta hora en un momento del año.

IX
Es el sol, es la luna, son los astros lo que imantan el agua del planeta. Todos giran, se elijan, se acercan, rozan la piel de la tierra, besan los millones de mares, el corazón fértil donde crece todo el agua del mundo. “Lo que explica las mareas también explica el zodíaco”, dice Esteban mientras enciende el fuego de la hornalla. “Aunque el sol es mucho más grande que la luna, la mayor cercanía de la luna le da mayor fuerza sobre la tierra”, agrega cuando pone la pava sobre la llama. No es el calor ni el tamaño lo que da poder sobre los cuerpos, es la posibilidad de estar más cerca que los otros.

X
Aprendemos a calcular que altura tendrá el agua en San Fernando un sábado a las 5:23 de la mañana, un lugar y un momento en el que nunca estaremos. Mirando el pasado, todos estos sábados hemos aprendido herramientas para hacer caminos futuros, pero también hemos dibujado en papeles planes con un horizonte que jamás va a existir. Somos también aprendices de la estrategia que tiene el deseo.

XI
Luego de las cuentas que nos hacen saber la profundidad del río en un punto, de repasar los colores de las boyas, las señales de alarma y de silbar lo que silban los marineros cuando temen, los profesores saludan por el final del curso. Una tristeza inmensa, blanda, suave me llena las piernas. Es el fin. Podré volver a dormir las mañanas de sábado, a correr las noches de viernes hasta la orilla del sol. Nada calma los monstruos diminutos que me muerden la palma de las manos, el pecho.

XII
Hay un viaje en el futuro, sí, está la certeza de saber sacar a un hombre que muere en el agua, sí, sabemos como hacer un nudo que fija y también deja escapar, sí, podemos hacer del viento agua, sí, conocemos las costas de dos países, sí, en nuestros cuerpos llevamos el saber para huir de la tierra aún a oscuras, sí, pero todo esto se trató también de otra cosa. De evitar el sueño, de bucear en la historia, de aprender a palpar la nobleza en la madera, la fuerza con una mano en el viento, de cocinar contra el tiempo y el frío, de volver a mirar la cara de los hombres.