Thursday, May 29, 2008

Mapa

Un mapa, atrás de un retrato viejo y familiar, en el altillo de una casa que los padres, que, ya inútiles, no pueden sostener. La primera (¿o última?) luz del brillo de un tesoro, en un papel viejo, escondido en la basura familiar, al alcance de los chicos que quieren salvar su mundo. Un sistema de señales cifradas, en la espalda de la historia familiar, el tesoro de hacerse grandes. Un mapa, un tesoro, el viaje.

El mapa de la Francia conquistada, con el estandarte quebrando la tierra. La Galia. Mi Galia, resistiendo. Los capítulos que más me gustaban eran los que viajaban. Cleopatra, Bretaña. Helvecia. Los viajes en barco. Las cosas pasaban afuera del pueblo. Defender ese pedazo, resistir, siempre era el primer y último paso de un viaje.

Pegado a la pared de mi departamento de Coghlan había un mapa. Estambul. Cuando lo usé en esa ciudad, lo doblaba hasta que tuviera, la parte que estaba siguiendo, el tamaño del de cada página de la guía T. aunque en ese momento no conocía esta guía. Estambul en Coghlan era una piedra preciosa, la puerta del deseo, el amor como un pedazo de tierra partido al medio, pero con muchos puentes. Una linterna a dínamo. Un sol a energía solar. Un reloj a cuerda.

Volví a Estambul ocho años después. Y conseguí un nuevo mapa. Lo doblé de una manera similar, buscando recordar. Se rompió a las pocas horas. Un compañero de viaje compró otro. Tenía unas tapas duras que no me dejaban plegarlo. Busqué otros mapas, por toda la ciudad. Nunca encontré el que quería. Nunca encontré el que buscaba.

Conocí Paris con tiempo y un mapa chico y de tapas rojas. Un librito que parecía viejo. En verdad no viejo, anticuado. La conocí de a pedazos. Por páginas. Aprendí que los mapan no sirven tanto para encontrar como para perderte. No hay ninguna cuadrícula en una ciudad cruzada por un río, cortada en diagonales y que creció subiendo a un Monte. Las calles te hacen derivar todo el tiempo. Divagar. Y el mapa es la forma de encontrarte. De ver exactamente el lugar en que estas perdido.

La guía T perdió sentido tres meses que caminaba de Caballito a Palermo. En las casi dos horas que hacía cada viernes de la Facultad a la barra de mi trabajo, calles y avenidas, pasajes y plazas, parques y pasos a nivel. Descubrí Almagro y Villa Crespo. No eran todavía barrios. Eran un paso de un lugar a otro. Eran tres o cuatro páginas de la guía. En ese momento me compre un mapa y lo pegué en la pared de la cocina. Buenos Aires entera. Mi primo le dibujó unas tortugas abajo, simulando la visión de la tierra cuando esta tenía un fin real. El lugar en que ya no había más nada. El más allá de la General Paz. El fin del mundo, el límite de la historia y la imaginación. Algo que era a la vez, un pasado y el futuro. El lugar en el que había vivido casi todos los años hasta ese momento.

2 comments:

Mayra Gallucci said...

pero qué linda contaste esta historia de mapas! La guía T es mi perro lazarillo. Saludos Auzmen

Shalena Mitcher said...

Me gusta hacerme, aunque me salga mal, la que no necesito mapa. La que sabe por dónde va. Nono, agarremos por acá que es más lindo, me gusta decir. Pero sería injusta con la filcar si no le reconociera las incontables veces que me ha dado esa seguridad absoluta, porque esa, la filcar, tenía hasta la numeración de las calles en la descripción del recorrido del colectivo.... un lujo.