Friday, August 13, 2010

En el camino - Mar del Plata IV




Primero acunó a su padre
en el fondo de la gran casa, su otro hogar
donde él amaba a todas las mujeres del mundo.
Ella les acercaba el agua caliente para el té
en una tetera de porcelana cascada, pensando
en una gota de sangre, en el amor, en la muerte.
Él terminó saliendo de la vida,
nunca de todas las mujeres del mundo que siguieron
yendo por el té. Por la mueca de un hombre en una mujer.
Vació la gran casa, simuló su historia en un gran mercado chino
en una casa de fiestas de esas que tienen juegos de colores
un pelotero, una casita para treparse y caer, animales raros.
Y cuando las luces encandilaban su cara, una noche desmanteló
las paredes, el secreto, las ruinas en que él la había construido.
Fue su venganza, transformar la casa en un amasijo de polvo
y ver, tomando el té, como los camiones se llevaban los escombros
su nombre, el nombre, los hombres todos que él había sido
para todas las mujeres del mundo. Y cada día reía
cuando jugaba, a correr una carrera infinita, a andar en una bicicleta
que no la llevara a ningún lado, sino hasta ahí,
a la par del vacío del hombre,
su hombre, los hombres todos que él había sido.
Cerca, el rumor de las voces que él esparció la arrullaba en su carrera
le señalaban un lugar en el pasado y que sí, algo había en el horizonte
y algo en todos lados, su ausencia.
Fue una trampa más, no quizás de él, si de su fantasma que fue polvo y
piedra, sin haber dejado nunca de ser ruina. No había nada.
No había nadie. Cuando las ruinas ya estaban sobre ella
Lo vio, en un instante, a él, caminando hacia el fondo de su casa
y las escuchó alborotadas, a todas ellas besando a su hombre
el nombre, los nombres que él era para ellas.
Y sintió una gota de sangre en su boca,
El amor y la muerte.

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