Thursday, February 21, 2008

una ventana al carnaval

Cuando era chico yo ya sabía que el carnaval que mostraba la televisión no existía. Lo que no sabía era qué era lo que sí existía.

Desde que tengo memoria, hubo una televisión cerca. En mi casa, en la de mi abuela y en la de mis amigos del colegio. En algunas casas, la tenían frente a la mesa en que se comía. En la mía no. Cuando me fui de mi casa, el primer cambio fue que no había televisión. Si no hablabas, se escuchaba el silencio. El único antecedente de esta experiencia, eran los veraneos, en que las casas no tenían ningún aparato, o alguno muy viejo en que se veían, mal, un par de canales de Mar del Plata.

Cuando era chico, mis padres, me llevaron un par de veces al corso de la calle Avellaneda en Virreyes. Era en Febrero. Esta calle es un boulevard en que en las macetas que dividen ambos carriles, el pasto solía estar quemado, seco y salpicado por basura. Con el paso del corso, sobre el pasto y la basura, caía espuma, serpentinas y papel picado. La espuma se derretía, y se hacían unos charcos de barro. A mi me gustaba saltarlos. Una vez fui con mi abuelo, que tampoco se reía en los carnavales.

En otra casa en la que viví, di vuelta una televisión rota, y le puse un cartel con una frase de Boris Vian: J'avais la télé, mais ça m'ennuyait / Je l'ai r'tournée... d'l'aut' côté c'est passionnant. A mi última casa familiar, volví para rescatar dos cajas con fotos y diapositivas, ropa y unas butacas de un cine viejo de tigre. Si te sentabas, se veía el cartel con las palabras de Vian. La canción se llamaba “Je suis snob”. Creo que era lo mejor que podía ser en esos días. Cuando estaba solo, me tiraba en la cama de uno de mis compañeros de casa, y hacía zapping hasta la madrugada en su 29”.

Cuando me mudé solo, decidí no tener televisión. Escuchaba radio, más que nada A.M. La F.M., tenía como una urgencia por la alegría que me molestaba. La A.M., cuando era mala, era por estar como acalambrada por el fastidio. Cuando era buena, era porque hablaban de temas intrascendentes, como si fueran importantes. Esto solía suceder después de la medianoche. En un año fui a ver unas 50 películas al cine. La mayoría solo y a las funciones diurnas. Entre ellas Madame Satá.

Madame Satá fue mi primera ventana hacía un carnaval que todavía no existía. Madame Satá era el personaje de Joao Francisco dos Santos. Para mí, la ropa que él usaba era un disfraz, después supe que en Brasil lo llamaban fantasía. Media hora después de descubrir esto, empezaba a enroscarme en una serpiente de tul naranja. Cuando terminó la película, yo lloré. Cuando terminé de ponerme mi fantasía, salí a la calle y estuve bailando desde Santa Teresa a Copacabana y de ahí a Lapa. Lapa era el barrio de Madame Satá.

Cuando llegué a Río de Janeiro, sin saberlo, el primer lugar que pisé, después de la estación de buses, fue Lapa. Era de día y no había nadie. La segunda vez que fui, la gente compraba latas de cerveza en la calle, comía salchichas y parecía no querer entrar a ningún lado. Entré a un bar en que tres músicos tocaban choro y vi una mujer que me encantó. No quiso hablar conmigo. Sentado bajo una ventana desde la que se veía la calle apenas iluminada, bebía cerveza como si ese volumen líquido fuera la arena de mi reloj. Di vuelta varias veces el reloj. A la mañana siguiente, desperté en una habitación llena de fantasías.

Fui al sambódromo, el día del desfile de los campeones. A las tres de la mañana me subí al taxi con dos amigos, bajamos en la puerta, compramos unas entradas ya usadas, entramos y encontramos un lugar en la tribuna más popular. Entre nosotros y el desfile, había otra tribuna que supe, era más cara. Una señora morena, sola, estuvo bailando las tres horas que estuve. Todo el tiempo se reía. Desde la tribuna, ese carnaval desfilando, se veía bastante parecido al que yo veía por la televisión cuando era chico. Pero el carnaval sí existía en esa risa.

De vuelta en casa, la televisión repetía las imágenes del desfile de las escolas campeonas. Beija flor fue la ganadora. Supe que beija flor es la forma de nombrar al colibrí. Desde la ventana, se veían, aún encendidas, las luces del sambódromo. Esa noche dormí en una hamaca paraguaya. Recién al otro día vi la foto. De un lado, la televisión, con el eco de la fiesta. Eco y comentarios. Del otro, las luces iluminando una pista vacía. Y el carnaval, perdido en la ciudad, esquivando las luces y la TV.

3 comments:

sebastian Israelit said...

A mi tembien me llegaron las busquedas y decidi hacer mi blog
busquedafotografica.blogspot.com
espero que te guste .

Shalena Mitcher said...

Gracias a dejar la tevé a un lado fue que conocí a Jack Bauer. Será por eso que postergo el acto de llamar al tal Sebastián que me va a colgar. Para encontrarme con otros así.

Lo del carnaval...totalmente desconocido. Todavía no sé de qué va. Pero tengo esperanzas.Hoy es lunes y me siento joven, estoy en la beijaflor de mi edad.

Shalena Mitcher said...
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