Wednesday, May 31, 2006

comerse los restos

Barrer la heladera

Domingo a la mañana. La semana desapareció en la oscuridad del sábado y esa noche ha arrasado nuestro cuerpo. Abrimos la heladera buscando un salvavidas, algo rico para comer, para sacar a flote nuestro amanecer hambriento. El corazón se agita ante la certeza de nuestra necesidad. El pánico nos congela el cuerpo. En el frío eléctrico de nuestra antártida privada solo hay restos, solo aquello que sobró de las vituallas de nuestra semana.

No desesperemos. No acudamos urgentes y prácticos al delivery. No huyamos a la casa de la abuela rogando por un plato caliente. No pensemos en los almuerzos recalentados que esperan en la mesa de alguna ex. En nuestras manos están las herramientas para transformar los restos de la semana en platos deliciosos. Foie gras, puchero, guisos, patés, feijoada, algunos de las más exquisitas comidas creadas por los pueblos han nacido de la necesidad de cocinar con los restos que otros descartaban. Nosotros podemos crear exquisitos platos utilizando las sobras que restan en nuestra heladera y los víveres perdidos en la parte más oscura de la alacena. En el horizonte del domingo posaremos exquisitos platos nacidos de nuestras manos.

El viernes cocinamos vuelta y vuelta dos medallones de salmón para seducir un corazón aún tibio ante nuestro amor. Ella solo comió uno. El que queda lo mezclamos con hojas de tomillo, los restos del queso crema de nuestro desayuno, las últimas gotas de un pote de crema, una cucharada de aceite de oliva y un diente de ajo bien picado. Procesamos todo y lo condimentamos con sal y pimienta. Lo untaremos en pan integral y le rociaremos almendras tostadas y picadas con un cuchillo. De la picadita que compartimos con amigos, sobraron unos quesos (gruyere, fontina y pategras, 50 gramos de cada uno), almendras saladas y aceitunas verdes. Fundimos los quesos en una olla pequeña, a fuego lento, agregándole medio pote de crema y un chorro de leche, quizás el último suspiro de nuestra “larga vida” en tetra brick. En la mezcla incorporamos tres aceitunas picadas, un huevo, sal y pimienta a gusto y colocamos todo en moldes individuales. Los cocinamos en horno previamente calentado. Cuando pinchamos un palillo y sale seco, ya esta listo. Ese peceto cocido al horno que sobró, lo desgarramos y haremos unas quesadillas de carne con salsa de palta. Para la salsa procesamos una palta (sin cáscara) con el jugo de un limón, sal, pimienta y aceite de oliva, hasta que quede untuoso. La carne se saltea en una sartén hasta que se dora y luego se pica a cuchillo. Le agregamos muzzarella y la volvemos a la sartén hasta que el queso se funde. Como masa para encerrar la mezcla de carne, queso y palta, utilizaremos las rapiditas Bimbo. A media semana hemos preparado un risotto para impresionar a una joven alemana de paseo por Buenos Aires. Creímos que un este plato sería una buena excusa para la anécdota de nuestro abuelo italiano y como la nonna nos había enseñado las propiedades voluptuosas del arroz carnaroli. A los restos del risotto le agregamos queso crema y un huevo y hacemos unos medallones que sellamos en la sartén, dorándolos vuelta y vuelta. Para acompañarlos salteamos los cabos de unas espinacas con unas gotas de aceite de oliva extra virgen hasta que están tiernos. Los duraznos que compramos el lunes (dos kilos) están a punto de echarse a perder. Los cortamos en cubos, previamente pelados, los ponemos a cocinarse en una cacerola, con dos tazas de agua. Le agregamos algo más de un kilo de azúcar antes de que hierva. Revolvemos continuamente con cuchara de madera. Para comprobar si está listo sacamos una cucharada y la ponemos en un plato. Cuando se enfría, separamos en dos con el dedo y si no llega juntarse esta listo... Lo guardamos en la heladera. Será nuestro dulce de cada mañana.
La tarde ha pasado, la luz tenue y tibia de Junio entra por la ventana y alumbra nuestros alimentos posados en la mesada de la cocina. Mañana iremos al mercado a renovar las provisiones. Mañana todo vuelve a comenzar. Hemos creado manjares sencillos para un banquete íntimo. Hemos puesto la mesa para uno. Solo nos resta comer y disfrutar.

Martín Auzmendi / Calixto Gattas

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