Sunday, January 04, 2009

saudade



Saudade, decía V con el viento del mar escrito en una servilleta con el nombre del bar donde tomábamos una cerveza. La calle había sido un circo hacía diez minutos, y quedaban papeles de colores, botellas de cerveza vacías, y la cara del mar dada vuelta por un grito mío, que también hizo que se levantara a bailar, corriendo una mesa con una mano, acariciando el frente de la botella como a un animal dormido y acomodando su vestido blanco. Y también que me llevara a bailar a mí, temblando y enroscado a una serpiente de seda, al lugar donde todavía seguía el desfile de polleras amarillas, infladas a fuerza de giros, morenas casi desnudas, nadadores de bañeras antiguas, bailarinas, quizás nacidas en un cabaret de Manaos, luchadores de la arena, mariposas, ángeles de celofán y brillantina, ninfas recortadas de fotos polaroid trasnochadas, hombres vestidos como mujeres hermosas y hombres vestidos como otros hombres. La sal, la arena y la humedad que venía del mar, primero se sentían en los labios, aún incluso si se le daba la espalda al Atlántico. Pero cuando corría por la boca, entre los restos de cerveza, mugre, besos y polvo era que el cuerpo caía dentro de sí, rodaba por su noche eléctrica y sanguínea y atravesaba las olas de la memoria. Felizmente, bailando la memoria crece y muere en cada paso. Adquiere formas instantáneas y fugaces, como la cintura de un cuerpo cuando se lo agarra, solo para hacerlo girar. Esa tarde, porque recién serían las 3 de la tarde cuando V dijo Saudade en el bar, la memoria era un esqueleto plástico, liviano, húmedo y serpenteante. Si el recuerdo hubiera podido florecer o engordar como un libro que se deja debajo de la ducha, V se hubiera multiplicado buscándose a sí misma en la historia, el camino de adoquines que bajaba del morro me hubiera llevado hasta otras veredas, la santa Rita a domingos floridos, soleados y abandonados, y la espalda de la cama donde dormía, al insomnio y la sed de la madrugada. Pero al bailar, todo desaparecía, tomaba una forma diferente, se disfrazaba o era tragado por las miradas esquivas que se trenzaban en la calle. La saudade era solo una palabra sobre la mesa, besada por el viento del mar y borracha. La saudade estaba en el futuro, enceguecida en un registro de memoria, en el lugar en el que no llega el baile ni las fantasías, esperando, prometida, dócil.

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